viernes, 18 de enero de 2013

Cuento sobre el verdadero valor de uno mismo.




Erase una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.

-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa q no tengo ganas de hacer nada. Me dicen q no sirvo, q no hago nada bien, q soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: «Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después...». Y, haciendo una pausa, agregó: «Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar».

-E...encantado, maestro -titubeó el joven, sintiendo q de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien -continuó el maestro. Se quitó un anillo q llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió: - Toma el caballo q está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo por que tengo q pagar una deuda. Es necesario q obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido q puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, q lo miraban con algo de interés hasta q el joven decía lo q pedía por el.

Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fué lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, q fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo-, lo siento. No es posible conseguir lo q me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo q yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Eso q has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor q él puede saberlo? Dile q desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo q te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:

-Dile al maestro, muchacho, q si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de 58 monedas de oro por su anillo.

-¿58 monedas? -exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero-. Yo sé q con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-.
TÚ ERES COMO ESE ANILLO: UNA JOYA, VALIOSA Y ÚNICA. Y COMO TAL, SÓLO PUEDE EVALUARTE UN VERDADERO EXPERTO. ¿POR QUÉ VAS POR LA VIDA PRETENDIENDO QUE CUALQUIERA DESCUBRA TU VERDADERO VALOR?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario