martes, 19 de julio de 2016

SAL CON UNA CHICA QUE NO LEE

Sal con una chica que no lee. Búscala en la tediosa miseria de un bar del Medio Oeste. Búscala entre el humo, el sudor alcohólico y las luces de colores de una discoteca de moda. La busques donde la busques, encuentra una que sonría. Asegúrate de que la sonrisa sigue ahí cuando la persona que habla con ella deja de mirarla. Atráela con trivialidades poco sentimentales. Usa las típicas frases de ligue aguantando la risa. Sal con ella a la calle bien entrada la noche. Ignora el peso palpable del cansancio. Bésala bajo la lluvia, iluminados por la tenue luz de una farola, como viste en aquella película. Nota la insignificancia de ese beso. Llévala a tu apartamento. Hazle el amor como un trámite. Tíratela.

Deja que el ansioso contrato que habéis firmado sin querer evolucione lenta e incómodamente hasta convertirse en una relación. Encuentra afinidades e intereses comunes como el sushi y la música folk. Construye un muro impenetrable alrededor de ese terreno compartido. Haz ese espacio sagrado. Refúgiate en él cada vez que el aire se enrarezca o las noches parezcan no tener fin. No hables sobre nada importante. No pienses mucho. Deja los meses correr inadvertidos. Pídele que se mude a tu casa. Deja que la decore a su gusto. Peléate por cosas intrascendentes como por qué hay que cerrar la maldita cortina de la ducha para que no se llene de moho. Deja que pase un año. Comienza a notarlo.

Calcula que, probablemente, deberías casarte con ella porque, si no, habrías estado perdiendo mucho tiempo. Llévala a cenar a un restaurante muy por encima de tus posibilidades, en un cuadragésimo quinto piso. Asegúrate de que haya una hermosa vista de la ciudad. Pide con timidez al camarero que le traiga una copa de champán con un modesto anillo dentro. Cuando ella lo vea, pídele que se case contigo con todo el entusiasmo y la sinceridad que puedas reunir. No te preocupes demasiado si sientes que tu corazón se tira por una de las ventanas. En realidad, tampoco te preocupes demasiado si no sientes nada. Si hay aplausos, déjalos apagarse. Si ella llora, sonríe como si nunca hubieses sido tan feliz. Si no lo hace, sonríe igual.

Deja que los años pasen sin dejar huella. Haz de tu trabajo tu vida. Compra una casa. Ten dos niños preciosos. Intenta educarlos bien. Fracasa a menudo. Déjate llevar por una aburrida indiferencia. Cae en una tristeza indeterminada. Ten una crisis de la mediana edad. Envejece. Asómbrate de lo poco que has conseguido. Siéntete en ocasiones satisfecho, pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Cuando salgas a pasear, ten la impresión de que nunca fueses a volver, o de que el viento podría llevarte. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de darte cuenta de que la chica que no leía nunca hizo temblar tu corazón con una pasión significativa, que nadie escribirá la historia de vuestras vidas y que ella morirá también arrepintiéndose, aunque de forma suave e incierta, de que nunca hizo nada de su capacidad de amar.

Haz todo eso, bendito sea Dios, porque nada es peor que una chica que lee. Hazlo, insisto, porque una vida en el purgatorio es mejor que una vida en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee el vocabulario adecuado para describir esa insatisfacción amorfa que es una vida frustrada: un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y lo hace una necesidad accesible en vez de una maravilla extraña. Una chica que lee reivindica un vocabulario que distingue entre la retórica engañosa e impersonal de alguien que no puede amarla, y la desesperación inarticulada de alguien que la ama demasiado. Un vocabulario, maldita sea, que convierte esta sofistería vacía mía en un truco de feria.

Hazlo, porque una chica que lee entiende la sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura se dan a intervalos esporádicos, pero reconocibles. Una chica que lee sabe que la vida no es bidimensional; sabe y demanda con corrección que el flujo de decepciones venga con su correspondiente reflujo. Una chica que ha estudiado sintaxis siente las pausas irregulares –la vacilación en el aliento– endémicas de una mentira. Una chica que lee percibe la diferencia entre un momento de ira entre paréntesis y las arraigadas costumbres de alguien cuyo amargo cinismo seguirá y seguirá mucho más allá de cualquier punto de razonamiento, o propósito; seguirá mucho después de que ella haya hecho la maleta y dicho su reluctante adiós, y decidido que soy una elipsis y no un punto final; y seguirá y seguirá. Sintaxis que conoce el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la chica que lee conoce la importancia de un argumento. Puede rastrear los límites de un prólogo y las agudas crestas de un clímax. Los siente en su piel. La chica que lee será paciente con un intermedio y agilizará un desenlace. Pero, sobre todo, la chica que lee conoce la ineluctable importancia de un final. Se siente cómoda con ellos. Se ha despedido de mil héroes con apenas una punzada de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque las chicas que leen son las que cuentan las historias. Tú con Joyce, tú con Nabokov, tú con Woolf. Tú en la biblioteca, en el andén del metro, tú en el rincón del café, tú en la ventana de tu habitación. Tú, que haces mi vida tan increíblemente difícil. La chica que lee ha prolongado el relato de su vida y rebosa de significado. Insiste en que sus narrativas sean ricas, sus secundarios variopintos y su tipo marcado. Tú, chica que lees, me haces querer ser todo lo que no soy. Pero yo soy débil y te fallaré porque tú has soñado como es debido con alguien que es mejor que yo. No aceptarás la vida de la que hablaba al principio de este texto. No aceptarás nada que no sea pasión y perfección, y una vida digna de ser contada. Así que, lárgate, chica que lees. Toma el próximo tren al sur y llévate tu Hemingway. Te odio. De verdad, de verdad, de verdad que te odio.

Por: Charles Warnke

SAL CON UNA CHICA QUE LEE

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

lunes, 11 de julio de 2016

LA FLOR Y LA MARIPOSA

Cierta vez, un hombre pidió a Dios una flor y una mariposa. Pero Dios le dio un cactus y una oruga. El hombre quedó triste, pues no entendió por qué su pedido llegó errado. Luego pensó: Con tanta gente que atender... y resolvió no cuestionar.

Pasado algún tiempo, el hombre fue a verificar el pedido que dejó olvidado. Para su sorpresa, del espinoso y feo cactus había nacido la más bella de las flores. Y la horrible oruga se había transformado en una bellisima mariposa.

Dios siempre hace lo correcto. Su camino es el mejor, aunque a nuestros ojos parezca que todo está errado. Si has pedido a Dios una cosa y has recibido otra, confía. Ten la seguridad de que Él siempre te proporcionará lo que necesitas en el momento adecuado. No siempre lo que deseas... es lo que necesitas. Como Él nunca falla en la entrega de sus pedidos, sigue adelante sin dudar ni murmurar...
La espina de hoy... será la flor de mañana.

FINGIR SENTIMIENTOS

Los sentimientos forman parte de nuestra propia esencia, surgen de una forma natural entre dos personas ya sea en el contexto del amor, la amistad y la familia. El ser humano tiene tal complejidad que como ser inteligente, también puede fingir un sentimiento como si fuese el mejor actor. Sí se puede fingir un interés artificial por otra persona pero la situación es insostenible eternamente, tarde o temprano la cuerda se rompe. Porque quien recibe ese falso cariño se da cuenta de las cosas o porque el estafador ya no soporta la idea de vivir en una mentira.

¿Cuándo se puede fingir un sentimiento?

Se suele fingir un sentimiento cuando una persona empieza a tener dudas en su mente sobre el futuro de una relación pero quiere darse un tiempo a sí misma para saber la verdad de sus sentimientos. En realidad, no está fingiendo con malicia pero es consciente de que las cosas no están del todo bien y no se lo comunica al otro.

Los sentimientos tampoco son sanos en una relación por interés en donde lo que se valora de la otra persona no es ella misma sino su posición económica o su estatus social. Las personas no son un medio sino un fin en sí mismo.

Quienes han tenido una doble vida durante un tiempo han fingido sentimientos al tener que jugar con dos historias en un mismo periodo con la tensión interna que produce la mentira.

En otros casos, existen personas que piensan que están ante su último tren y a pesar de no estar enamoradas se engañan a sí mismas por miedo a la soledad y a que no llegue otra oportunidad

La sinceridad es la base del amor

La sinceridad es la base del amor. Y esta sinceridad tiene un doble filo: es muy bonito escuchar mensajes de afecto en una etapa de romanticismo pero es muy incómodo cortar una relación cuando ya no sientes lo mismo. Así son las reglas del juego del amor.